viernes, 2 de agosto de 2013

Capítulo 1

EL DÍA EN QUE ESTEBAN RECIBE LA HERENCIA MALDITA QUE NO LE CORRESPONDÍA POR ESTAR EN EL LUGAR, LA HORA Y EL MOMENTO MENOS OPORTUNO.NO PUDO DETENER EL TERREMOTO DE 1970, SE DISTRAJO EN EL DE 1974 Y HA EVITADO TODOS LOS DEMÁS… HASTA HOY, 12 DE DICIEMBRE DEL AÑO DE SU RENDICIÓN.


AQUELLA  MADRUGADA DEL DOMINGO 31 DE MAYO DE 1970, cuando Esteban no tenía nada que pensar, más que llegar al club campestre en Chosica, y relajarse un fin de semana, sin hacer planes, con el único objetivo de “hacer nada”, y mientras trataba de sintonizar la radio cuya señal  se iba perdiendo cada vez más a medida que se alejaba de Lima, trató de reducir la velocidad de su moderno  Volkswagen alemán del año, como una forma de evitar el silencio en la carretera y a la vez, enterarse de algo acerca del Mundial de México. Aunque en realidad de fútbol no le atraía nada, pero esta era la primera vez que Perú participaría con equipo completo, y sería un tema básico en los almuerzos en la oficina, y no hablar de ello sería una herejía nacional o un atentando contra la integración y la «cultura organizacional», del cual el nuevo gerente de recursos humanos hablaba, para señalar a los próximos en despedir.

   Su novia y su futuro suegro lo esperaban en el club, y pensaba que sería una extraordinaria oportunidad para tener relaciones familiares, a las que nunca tuvo acceso. Heredero de una casona en Barranco, y con una hacienda convertida en bonos revolucionarios, a Esteban solo le quedaba sacar el mayor provecho de su educación privilegiada, y nada más. Sin saber, claro está, que ese día ni su novia ni su futuro suegro, imaginarían, que no volverían a verse más.
   Aún no amanecía cuando el hombre salió de no se sabe dónde, golpeó el capó, estrellándose contra el parabrisas, rodó por el techo del auto, para dar finalmente de bruces al pavimento. Esteban detuvo el auto y sintió esa extraña sensación de seguir adelante sin ver atrás. El instante en que con solo seguir adelante, todo lo demás queda sepultado en el olvido, como si nunca hubiera ocurrido. La misma sensación que experimentaría más de cuarenta años después, parado sobre el Morro Solar de Chorrillos, aquel 12 de diciembre, mirando la ciudad, y creyendo firmemente que ese sería su último «señalado», y que con ello habría detenido todo por un año más.«No vale la pena», se dijo, mientras las luces de la ciudad se iban apagando a medida que la luz del sol anunciaba el amanecer más, de ese diciembre. «Ayúdeme», escuchó y volvió al pasado.
   Imaginó nuevamente al hombre sobre el pavimento y por un instante se arrepintió de recibir aquel encargo; el instante mismo en que se convertiría en un anónimo, un ser que no debía más existir, pero que si no hacía lo que se le ordenaba, quizás el arrepentimiento no hubiera sido suficiente. Cuarenta y más años después, la misma imagen, la misma sensación.Nuevamente le asaltó ese tormento de convertirse en un héroe anónimo de una ciudad que no lo quería y que, sin embargo, como aquel hombre tendido sobre la carretera, le explicó mientras le daba el último pote de grasa humana para el ídolo, era un paso adelante o uno atrás: vida o muerte.
-       No vale la pena – Habló Esteban en voz alta sin saber para quién o peor aún, para qué.
Cuatro décadas y ahí, el rostro del hombre mirándolo agonizar en la pista de la carretera, tratando de balbucear algunas palabras que no entendía, y que lo único que lograba escuchar, era esa forzosa necesidad de unas manos temblorosas, tratando de entregar un último y urgente encargo, mientras se está plenamente seguro de no volverlas a levantar más. Y mientras recordaba esa escena, miraba el pote de barro, presente en su vida desde entonces. Cuando Esteban cometió el error de tenderle la mano, ya era tarde.«A veces hay que saber a quién», pensó. Fue el instante preciso en que, con el doloroso último apretón de aquel moribundo en sus manos húmedas de Esteban, explosionó de súbito dentro de su cabeza una puerta oculta. En menos de un segundo, le fue transferido, cientos de millones de neuronas conteniendo 15 mil años de historia terrestre y más. Una transfusión de mente a mente, como una herencia más que afortunada, maldita. Entonces, soltó la mano y cayó casi desmayado sobre el piso de asfalto.
   
De pronto, lo supo todo. Debía regresar a la ciudad y tomar la vieja carretera de los Pantanos de Villa, llegar a Pachacamac antes de las 3 de la tarde, ensebar al ídolo de arriba abajo, y esperar que el Yana no subiera a él. Todo le era extraño hasta ese momento. «¿Por qué debía saber todo eso?», se habló aturdido. Luego regresó al momento: su auto nuevo, un hombre muerto y él era el responsable. Entonces, ocurrió: el hombre que yacía en la pista simplemente ya no estaba, desapareció y solo el pote con grasa humana estaba en sus manos, ahora. Estebanse sentía libre, podía seguir su viaje y olvidarse de todo. «¿Quizás haya sido un sueño o una pesadilla» pensó, y enrumbó hacia Chosica como si nada hubiese pasado. Por un momento se sintió libre y casi feliz.
-       Mi primer error – se le escapó de la boca a Esteban.
Cuando llegó al club y dio su nombre para que lo dejaran entrar, ya había amanecido y el sol serrano brillaba con mucho esplendor. Le parecía todo de maravilla y que el accidente no había ocurrido nunca, que su novia estaba esperándolo y que nada podía entorpecer ese día. Entonces, sacó su maleta y ahí estaba, el pote de barro con grasa humana que debía llevar al sur.
-       El Dr. Martínez y su hija han ido a la ciudad por víveres – le dijo el administrador de los bungalós del club.
   En ese instante, lo asaltaron destellos de imágenes de una ciudad destruida, sepultada por una avalancha de nieve y rocas, y miles de personas corriendo despavoridas, asustadas, muriendo, lo despertó de una ensoñación silenciosas. Esteban sintió un pánico súbito, dejó su maleta sobre la cama y subió a su auto, y a toda velocidad y sin dar explicación, regresó a Lima.
   Ahora, con cuarenta y tantos diciembres más, Esteban miraba desde lo alto del Morro Solar la pista de Evitamiento, la avenida Huaylas, la curva y la carretera que cruza los pantanos de Villa. En su espalda sintió el peso de la frustración por no llegar a tiempo ese domingo 31 de mayo de 1970. Dilema que esa mañana del 12 de diciembre lo volvería a atormentar. «Si estas pistas hubieran estado antes», se dijo soltando un suspiro entrecortado.

-       Aún estoy a tiempo –se dijo mientras cruzaba el puente que atraviesa el río Rimac, a la salida de Chosica.
   Mientras conducía su auto por las chacras de Lurín, sin encontrar la entrada a las ruinas de Pachacamac, Esteban veía imágenes borrosas de aluviones y desastres naturales. Con precisión cinematográfica, vio el día en que el ídolo elevó a la ciudad de Lima 30 metros sobre el nivel del mar para soportar el maremoto, 15 siglos atrás. Y se estremeció cuando 15 siglos después,el puerto del Callao era arrasado por una ola de treinta metros, solo, porquealguien no hizo lo que él debía hacer ahora, en ese preciso momento: embadurnar al ídolo con la grasa humana que contenía el pote de barro.
   «¿Era real lo que estaba viendo, o simplemente se había vuelto loco?» Pensó, mientras los cañaverales hacían estragos con la pintura del auto nuevo.
   Cuando al fin llegó, el ídolo estaba en un almacén. No se explicaba cómo lo supo; solo sintió que estaba ahí. Rompió la puerta con la llave de tuercas de su auto y sí, ahí estaba, entre puertas hechas de troncos de madera, adornada con conchas de abanico gigantes de mil años de antigüedad. Se dispuso a encebar nuevamente al ídolo, colocarlo de pie, y esperar que Yana no subiera a moverlo. Entonces, solo vio oscuridad.
   Al despertar, el policía estaba mirándolo con desconfianza, y dos arqueólogos evaluaban los daños a las reliquias que se guardaban ahí. De pronto, uno de ellos dijo.
-       Son las 3 y 15… Llévelo a la comisaría para formalizar la denuncia por daños a propiedad del Estado.
   Cuando el policía lo levantó, Esteban miraba el pote de grasa humana en el suelo. Estaba roto. «Debe ser una pesadilla, debería estar en Chosica, viendo la inauguración del mundial de México, o nadando en la piscina, con mi novia y….» Todo empezó a temblar. Mientras el policía y los arqueólogos miraban hacia las paredes y los techos del recinto, Esteban no apartaba la vista del ídolo que yacía en el piso de arena salada, que alguna vez estuvo debajo del mar.  El madero se sacudía como una serpiente mientras un extraño ser trataba de montarlo como si fuera un caballo, cuando en realidad debía subir y no a la vez. Eran dos dioses o espectros que estaba luchando entre ellos sin que nadie ganara. Esteban tomó el pote de grasa humana roto, y lo lanzó contra los dos dioses. El ídolo de palo volvió a ser un madero viejo, y el terremoto cesó.
-       Señor, será mejor que se vaya y olvidemos esto –le dijo el policía.

   Cuando Esteba volvió a su auto y condujo con dirección a Lima, la ciudad estaba cubierta de polvo, las pistas rajadas, y a cada paso, gente con mucho miedo, aterrorizada:«Ya pasó, ya pasó», se decían unos a otros. Cuando llegó a Barranco, solo un par de paredes de viejos colegios habían caído sin matar a nadie. «El hombre de la carretera tenía razón», se dijo, Esteban mientras recordaba las imágenes de una montaña de nieve que caía, pero no era Lima el objetivo. «¿Dónde?», se preguntó. Y  mientras escuchaba la radio y la televisión, que aún anunciaba los pormenores de la inauguración del mundial y uno que otro reporte de los pocos daños del terremoto, Esteban se dispuso a dormir.
   A la mañana siguiente, y luego de varias réplicas sísmicas, Lima era una ciudad que se recuperaba pero lo peor, no se sabría hasta el medio día: “La ciudad de Yungay había desaparecido con 60 mil habitantes”. 


  Esteban miró nuevamente a la ciudad de Lima, a más cuarenta diciembres después de esa primera experiencia. La capital ahora, moderna, con vías rápidas, un circuito de playas espléndidas, un tren aéreo, dos vías rápidas, miles de edificios modernos y nuevos.  «No puedo dejar que suceda otra vez», se dijo, mientras recordaba los ojos de Elizabeth, esa mañana del 4 de octubre de 1974, en la que falló por segunda vez. Esteban sabía que nada debía distraerlo de cumplir su misión, «o una maldición», como siempre se dijo, desde aquel día en la carretera rumbo a Chosica, y que lo llevó a realizar la tarea que ningún ser humano debía tener: «señalar» quién debía morir hoy.
   Esteban sabía lo que tenía que hacer: entregar la vida de alguien con tan solo señalarlo con el dedo. «Era tan fácil como decir sí o no: matar para que Yana no mate», era lo que al final lo convencía. No, no era un trabajo, «algo que se hace sin pensar, mirando abajo; tampoco laborando, es decir, labrar orando, como le dijo su viejo profesor del colegio». Esteban solo llevaba a cabo su misión.
  Y ese diciembre, sobre el Morro Solar de Chorrillos, tenía que volver a señalar a alguien y tuvo la leve sensación de duda, algo que no experimentaba hace tiempo: «¿Y si me señalo a mí mismo?, ¿Podría ser..que?», se dijo.Entonces, se llenó de angustia, pánico y luego, una paz infinita.

1 comentario:

  1. Que Buen relato, me gustaria leer en tus proximas publicaciones, la descripcion de Yana (aunque ya me adelante en buscarla en Google), se que con tu magia e imaginacion sera mas que formidable, ... Por cierto muy interesante el capitulo, las fechas y datos geograficos son formidables e induce al lector hacer investigaciones sobre Los Dioses, del desastre de Yungay, curiosidad por contemplar la vista desde el Morro y recordar Los momentos del Mundial Mexico 70. Claro esta que eres un escritor de larga escritura, de marathon, osea recorrido pues

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